Para Joaquín Alliende Luco escribir poesía es casi parte de su función pulmonar. Respira a un ritmo de oración, de mantra, donde las palabras van brotando atadas a sus simbolismos. Porque, cuando se tiene el don de rezar componiendo, resulta en un hilado profundo y dialogante, que en todo momento es cable al Cielo. Cuántas veces conversamos sobre su proceso: escribir es como respirar, pero respirar –para un hombre de su fe– es realmente nutrirse del Aliento.

Leer a Joaquín implica ingresar en su diálogo con el gran interlocutor, ir desentrañando sus búsquedas, motivaciones, sus preocupaciones del momento, sus lugares. Él intentó llevar un registro de sus poemas, retener las fechas y circunstancias en que los escribió. En sus libros abundan colofones y notas de impresión, porque todo ese contexto es parte de su obra.

Palabras de hoy, en desuso, extranjeras, autóctonas, inventadas, trastocadas, recombinadas, junto a ritmos originales y libres. A veces prosa que se explaya en detalles, otras veces detalles que se convierten en versos de unidad única. Biografía, diccionarios, viajes, textos sagrados, música, y la naturaleza en toda su plenitud son algunos de los principales afluentes al torrente de su poesía. Conocer al autor no es condición para leerlo, pero es indudable que leerlo con su voz en la retina enriquece la aprehensión.

Valentina Jensen Escudero 

Licenciada en Letras, editora de Revista Humanitas UC. 

Julio, 2021

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